miércoles, 20 de agosto de 2008

Lagrimas en Julio.

Murcia es inhóspita en verano, comparte esa cualidad de las ciudades del sur de abrasar con extrema calidez a sus habitantes. Que sin tanta palabrería es como decir que hace un calor de cojones así como continuamente. Y no hay manera de paliarlo por completo. Así que cuando vuelvo de mis estudios de crupier meritorio el tramo se me hace horrible. A las dos de la tarde pasando por calles de cemento con el sol dándote en la nuca. Con un sol de cuarenta grados…

Así que camino esos veinte minutos que separan el casino de mi casa entre sudores y resoplidos malhumorados, ajeno absolutamente a todo lo que me rodea. Pero hay cosas a las que uno no puede, o no debería, quedar ajeno.

A apenas cinco minutos de mi casa me encuentro con Ana, el nombre me lo diría después; una chica menuda, morena, con rasgos ligeramente sudamericanos y con unos grandes ojos verdes anegados en lágrimas y bastante enrojecidos. Atrapados en esa tristeza que te hace acurrucarte en cualquier rincón, esta vez en la puerta de un colegio, para ver como los sollozos y las gruesas lágrimas se escapan ante tu impotencia. Llorar sin quererlo, amigos. Llorar, sin quererlo, estando sola.

Intento pasar ejerciendo esa cualidad que tenemos los capitalistas de ignorar la desgracia ajena. Si si, cuando miramos para otro lado y nos ponemos tensos unos segundos antes de volver a la felicidad indiferente que tanto nos gusta. Pero, que se le va a hacer, esta vez no funciona. Algo me impide dar el paso ante la ansiada felicidad despreocupada, algo, mi conciencia supongo, me hace darme la vuelta para volver a mirar.

Quizás fuese porque también soy de los que tienden llorar apartado, o es que la escena era tan triste que bien podía haber estado acompañado de violines. O puede que sencillamente sea que piense que nadie debería llorar solo. Pero el caso es que me tuve que acercar.

Descubría que Ana era una chica con un problema bastante sencillo, normal. Se había agobiado de su novio de toda la vida, y tras darle puerta y tratarlo moderadamente mal, se había dado cuenta de había cometido un error y que lo seguía queriendo, por supuesto, se había dado cuenta justo después de que el chico se hubiese echado otra novia.

Su problema era o fácilmente solucionable, o imposible de resolver. Dependiendo de lo que siguiese sintiendo el despechado. Y como en eso yo no podía influir, pensé que estaría bien quitarle la carga de estar triste al menos por este día.

Ana solo necesito de una sonrisa, de una conversación y del gusto de saber que alguien se había preocupado y de que la estaba escuchando, para irse feliz. Me fue fácil darle lo que necesitaba, lo que había demandado con sus lágrimas públicas, y solo le pedí a cambio una cosa: que no dejase que alguien llorase solo en la calle. Pues nadie debería hacerlo, no al menos si no busca la ayuda de algún desconocido.

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"La sorpresa es un factor importante en los regalos."