lunes, 27 de septiembre de 2010
Uno no deja de fumar, los tiempos transcurridos en los que no se hace son pausas largas entre cigarro y cigarro. Lo mismo al escribir; que uno puede dejar de hacerlo, olvidar lo de darle al teclado con energía y brutalidad, porque dejemos eso claro, la mejor forma de escribir es aporreando las teclas como si el ordenador todavía se tratase de una de esas antiguas máquinas de escribir que tan bohemias y decadentemente europeas parecen ahora, pero si ya te has acostumbrado a plasmar tus pensamientos en papel, en un metafórico papel digital se entiende, no hay vuelta atrás. Empiezas a pensar no con ideas, sino con argumentos, y de vez en cuando te descubres vagabundeando por tu mente en busca de una forma más o menos afortunada de plasmar alguna experiencia vivida.
Quizás la diferencia radique en el que el tabaco no te hace sentir mal si lo tienes abandonado durante alguna temporada de tu vida. Pero el texto que no se llega a escribir se hace la despechada fácilmente, y al final uno tiene que arrastrarse entre puntos y comas para que le perdone y no pida el divorcio. Quedándose con la casa, el perro, y lo peor, las amistades (esos gloriosos amigos que se enfadan cuando esporádicamente no encuentran nada a lo que no comentar) y los sueños.
Pero no se preocupen, que ahora dejo lo comido con lo servido recomendándoles un libro para que puedan compensar leyendo en otro sitio lo que no pudieron leer aquí: "Lolita," de Vladimir Nabokov. Autor que me llama poderosísimamente la atención porque dejó su lengua nativa para escribir sus novelas en inglés.
Y como, siendo sinceros, tres meses sin escribir oxidan bastante y no sabría muy bien como seguir, y además me han contado que por lo que se juzga una novela realmente es por su empiece. Prefiero que sea el propio Vladimir el que haga valer su obra poniendo el principio de esta. Señor Nabokov, luzcase:
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-lita:la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.
¿Tuvo Lolita una precursora? Por cierto que la tuvo. En verdad, Lolita no pudo existir para mí si un verano no hubiese amado a otra... «En un principado junto al mar.» ¿Cuándo? Tantos años antes de que naciera Lolita como tenía yo ese verano. Siempre puede uno contar con un asesino para una prosa fantástica.
Señoras y señores del jurado, la prueba número uno es lo que envidiaron los serafines de Poe, los errados, simples serafines de nobles alas. Mirad esta maraña de espinas.”
Me va mi palabra a que no dejará indiferente.